sábado, 3 de marzo de 2012

La cara del candidato




El siguiente poema nace de una lectura que hiciera alguna vez de un poema de Charles Bukowski, poema que habla con mucha ironía de algún candidato presidencial obviamente estadounidense, o cuando menos, del llamado “primer mundo”. En dicho poema  Bukowski habla con cierta ironía -con desdén más bien- de lo ideal que es la vida de ese candidato de una clase alta y que tuvo siempre cualquier cosa que pudiera querer o necesitar -al cual, los países desarrollados estan acostumbrados-; realidad muy apartada a la del general, pero que -según mi interpretación- es elegido precisamente por representar ese American dream o estado de bien-estar propio de dichos países; por representar una esperanza de lo que todos pudiesen o quisieran llegar a ser (independientemente del punto de vista de que tan ilusorio pueda ser ese American dream), pensamiento, completamente inaplicable al pensamiento latinoamericano -o al menos eso ha demostrado la historia, nuestra historia, casi en su totalidad-, porque querer ver en un presidente un simbolo de lo que se debe ser es para nosotros una cuestión, no menos que ficticia; para nosotros pensar en un presidente es pensar en alguien que tiene voluntad y poder para que ella se cumpla, de hecho, leí alguna vez en un artículo de El nacional, no recuerdo de quien, algo como: "parece ser una regla general que para ser presidente en Latinoamérica es necesario, al menos, haber estado preso una vez" y si uno piensa verdaderamente lo que implica ir a una prisión y terminar en una presidencia ¿quien puede poner en duda que para nosotros realmente ser presidente es cosa de voluntad?

Es así como el asunto del artículo que mencioné se mantuvo haciendo eco en mi cabeza bastante tiempo, el suficiente, para querer  investigar buscando responderme a mi mismo ¿que tan cierta podía ser aquella afirmación? y no pude menos que re-afirmarla (con algunas excepciones, claro está). Porque sí, si uno echa un vistazo al mapa político latinoamericano se encuentra uno con tantas historias de verdaderos insubordinados de clases bajas que decidieron "cambiar las cosas", aunque también, de representantes de las mejores clases sociales que hicieron lo posible más bien por "mantener las cosas" como ya estaban, pero que de igual manera unos y otros sumieron a sus países en caos revolucionarios o dictaduras que se podrían calificar de fascistas, llegados todos al poder  gracias a una identificación, una conexión profunda con las vicisitudes de las masas -o de sus respectivas clases-; donde gobiernos con discursos moderados encaminados más al progreso que a la resolución de tal o cual contingencia –por las rezones que fueran- terminaron todos derrocados indefectiblemente…

Me lleva a preguntarme: ¿quizá nuestra historia es tan fresca que son muchos los rencores que nos quedan aun por sanar para llegar a ser verdaderamente libres o más bien esa necesidad de una mano fuerte que imponga un orden en las que alguna vez fueron colonias “bárbaras” son simplemente ya un rasgo determinante ya impreso en nuestro ADN? 

No lo sé, pero de todas estás reflexiones nebulosas, inconsistentes, inconexas incluso, nació este poema.   

Ahí está él:

Pasó por todas las resacas necesarias para sentirse uno más del pueblo,
Peleó tantas veces con mujeres que comprendió que no necesitaba una a su lado.
Soldado de tantas batallas, aprendió a solucionar casi cualquier cosa hasta por decreto.
Nunca un pensamiento de suicidio, porque el resentimiento ocupaba la mayor parte de su tiempo.
Y su compromiso de cobrar las cuentas de muchos como él, era más grande.

Conocedor de los dolores del pueblo,
Conocedor del hambre,
Conocedor de la cárcel, desde donde rugías como bestia enjaulada.
Mil veces enamorado, hasta que aprendiste a seducir masas.

Supo caminar descalzo sin bajar la frente
Su hijo es el pueblo, 
Su auto siempre fue el más viejo de todos.
No tuvo un jardín, pero si sabana
¡Fue elegido!


0 comentarios:

Publicar un comentario